Viajé bárbaro.
(Cada vez que me entrego y espero lo más dificil, la cosa fluye...)
Eran 18hs en tren y cuando compré el pasaje de olvidé de indicar "ventanilla". Para mi este es un detalle importante, porque es la diferencia de poder dormir apoyada en la ventana o sufrir gran parte del viaje, cayendo de sueño pa un lado y pal otro. Nada grato. Pensé varias veces en ir a chequear a la boletería y si era necesario, cambiarlo. Colgué. Ergo resigné.
Las últimas dos semanas habían sido tremendas: pocas horas de sueño, mudanza, laburo, flete, más mudanza, cumpleaños, despedida, terminar murales, preparar viaje y otros bla bla. Estaba realmente cansada.
Para mi alivio, nadie se sentó a mi lado en Retiro. El tren arrancó. Lei un rato hasta que apagaron las luces. Cazé la bolsa de dormir que me prestó Lola (bien guardadita en su funda). Almohada. Paola que mide 1,54m cabía perfecto acostada en el asiento. Buenas noches.
Se prendieron las luces, primera parada. Me acomodé otra vez, sentada en el asiento a la espera. Nadie se sentó a mi lado. Almohada y buenas noches, otra vez.
Ya cuando el tren paró en Villa María (la última parada), me invadía un bienestar hermoso. El cansancio persistía, y algún que otro dolor muscular por la postura. Y con eso encima, yo me sentía aun más feliz.
Nadie se sentó a tu lado, Paola. Que fluya...
Y bienvenida otra vez al viaje. O mejor dicho, a la conciencia de que la Vida es el Viaje.
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